En este artículo, nuestro compañero Carlos A. Bacigalupe comparte con nosotros su opinión sobre algunos aspectos importantes de la condición física del árbitro.

Correr, trotar, desplazarse…
Es una realidad indiscutible que, para interpretar adecuadamente una jugada, el árbitro debe estar ubicado cerca del lugar donde ésta se produce. Por lo tanto, teniendo en cuenta que el fútbol actual se juega a una gran velocidad, resulta imprescindible que los árbitros disfruten de una preparación física similar a la de los mismos jugadores.
Sin ninguna duda, cada árbitro, al igual que sucede con cualquier deportista de élite, tiene sus propias características físicas que requieren un tipo de entrenamiento diferente para alcanzar su máxima efectividad, tanto en el aspecto de la obtención del necesario fondo físico como en la velocidad de desplazamiento.
No hace falta retroceder muchos años para recordar a grandes árbitros que, cerca ya del final de sus carreras y con sus facultades físicas limitadas, dirigían los encuentros de forma correcta sin apenas moverse del centro del campo, haciendo uso de unas habilidades extraordinarias de colocación y anticipación obtenidas a lo largo de años de experiencia. Sería fácil confeccionar una lista de ejemplos, pero nos limitaremos a citar al yugoslavo Miroslav Gugulovic como exponente de un excelente árbitro que mantenía el control del juego sin apenas desplazarse del centro del campo.
Obviamente, en el fútbol actual ese tipo de arbitraje resultaría difícil de poner en práctica, ya que las estrategias son diferentes, las jugadas mucho más rápidas y, no es un asunto menor, la existencia de múltiples cámaras de televisión captan, para todos menos para el propio árbitro, los detalles más pequeños de cada lance, dejando en evidencia los errores de apreciación.
El árbitro tiene que estar preparado para correr durante todo el encuentro y, en muchas ocasiones, distancias más largas que las que recorren los propios jugadores, cubriendo entre ocho y doce kilómetros cada partido. Asimismo, su forma física debe permitirle soportar el ritmo del encuentro de manera que pueda valorar cualquier jugada sin que el agotamiento físico afecte a su capacidad de interpretación.
Hoy en día existen colegiados que están muy bien preparados físicamente y que, siguiendo las directrices recibidas de sus instructores, trazan, una y otra vez, diagonales perfectas en un tiempo mínimo, sin dar muestras de cansancio. Sin embargo, a pesar del esfuerzo y desgaste físico sufrido, en muchas ocasiones están lejos de la jugada y da la impresión de que corren porque tienen que correr, con el único objetivo de que el informador no penalice ese apartado en su informe.
Y es que, una cosa es correr, otra diferente es trotar y otra, mucho más difícil de conseguir, desplazarse por el campo acompañando al juego. Correr velozmente para ocupar una posición determinada es importante, pero no es el objetivo que se persigue. Trotar de forma cansina y llegar tarde a todas las jugadas tampoco se considera un éxito.
En resumen, cuando un árbitro adquiere, mediante el entrenamiento y la observación de aquellos colegas que lo practican de forma correcta, la habilidad para desplazarse con el juego de forma natural, sin espectaculares carreras, alcanza una destreza que le ayuda a definir su estilo personal, le facilita la correcta dirección del encuentro y potencia sus posibilidades de promoción en el arbitraje.
Observar la actuación de un colegiado que se desplaza con naturalidad por el campo, integrado de forma armoniosa con el flujo del juego, pone de manifiesto su categoría arbitral.
Carlos Bacigalupe



Fuente: cafm.es