Un fin de semana y otro también Dani acompañaba a su padre Pepe Trujillo a verle dirigir encuentros de fútbol aficionado en el Torneo Costa del Vino. Quizá por esa continua convivencia con el mundo arbitral y por una inesperada casualidad, su vida cambió con apenas ocho años. "Un día hacía falta un árbitro para un partido amistoso de infantiles y no había nadie para ello. El único que estaba por allí era yo y tuve la ocurrencia de decirle a uno de los delegados que quería arbitrar. Ante mi insistencia a mi padre no le quedó otro remedio que dejarme arbitrar", recuerda el colegiado tinerfeño, cuyo improvisado estreno fue mejor de lo esperado. "Parece que lo hice muy bien y quedaron todos contentos. Ese partido despertó algo que tenía dentro de mí y que había vivido desde fuera viendo arbitrar a mi padre. A partir de ahí todo el mundo me empujó a que me metiera a arbitrar, aunque al final fue mi madre la que convenció a mi padre para que me dejara colegiar en la delegación de Tacoronte con 12 años", añade al respecto.
Pero en medio de este periodo Trujillo Suárez fortificó su idilio con el arbitraje. "En mi colegio organizaba torneos y los arbitraba yo mismo, aunque todo el mundo me pedía que jugara; y más tarde empecé a ir de asistente en partidos de aficionados", explica Daniel, que en ese momento compaginaba su nueva labor con la de jugador en el Suprema (benjamín y luego alevín), donde su padre también ejercía de presidente. "Recuerdo que le decía que pusiera los partidos de mi equipo temprano para que después nos diera tiempo de ir a arbitrar los partidos de aficionados", revela sobre este asunto.
Pero en medio de este periodo Trujillo Suárez fortificó su idilio con el arbitraje. "En mi colegio organizaba torneos y los arbitraba yo mismo, aunque todo el mundo me pedía que jugara; y más tarde empecé a ir de asistente en partidos de aficionados", explica Daniel, que en ese momento compaginaba su nueva labor con la de jugador en el Suprema (benjamín y luego alevín), donde su padre también ejercía de presidente. "Recuerdo que le decía que pusiera los partidos de mi equipo temprano para que después nos diera tiempo de ir a arbitrar los partidos de aficionados", revela sobre este asunto.
Su estampa, la de un imberbe niño dirigiendo encuentros ante jugadores de 30 y 40 años, resultara curiosa y hasta chocante. Pero nada más lejos de la realidad. "Eran hombres, sí, pero me respetaban todos, y lo notaba. Como era un niño sabía que no me iba a pasar nada. Si le hubiera arbitrado a otros niños el trato hubiese sido de tú a tú, pero con el hombre no había problema. Ahí estaba garantizado, me protegía mi carnet de identidad", recuerda sobre una etapa "en la que todo fue positivo". "Sinceramente, me lo fui creyendo, y cada vez me gustaba más. Eso sí, siempre me fueron inculcando la importancia de la seriedad, el rigor y el respeto", argumenta Trujillo Suárez sobre una época que le hizo, hasta cierto punto, diferente a la gran mayoría de los jóvenes de su misma edad. "El arbitraje fue como un modelo de aprendizaje de mi vida", rememora sobre una labor que "nunca" vio "como un deporte ni como un hobby, sino como una obligación más, como lo era el ir al colegio". Una obligación especial con la que Dani pudo "disfrutar". "Pero no solo lo hacía arbitrando, entrenando con los compañeros o yendo al colegio de árbitros los lunes para entregar las actas del partido anterior o contarnos las batallitas de los árbitros? Era un mundo precioso que me encantaba", un relato, de su infancia, repleto de pasión. La misma que todavía conserva cada vez que habla de aquello que más le gusta, arbitrar.
Fuente: laopinion.es