lunes, 20 de noviembre de 2017

De árbitro a delegado de campo

Delfín Calzada, delegado del Racing, explica que su labor es la de ser ''el enlace entre el vestuario y el club'' Se encarga, además, de hacer cumplir la reglamentación, organizar la logística de los viajes, preocuparse de las fichas y sanciones de los jugadores y rivales y ''a veces de psicólogo''

Delfín Calzada hace balance de su trabajo como delegado en sus casi veinte años en el club. /Celedonio Martínez

Va con prisa de un lado a otro. Le suelen acompañar una agenda, un móvil y una americana, que suele combinar con unos vaqueros; estilo 'casual'. Ese es el disfraz de delegado que cada día se pone Delfín Calzada Univaso (1956, Santander) para convertirse en ''el enlace con todos'' y en el eslabón invisible de la cadena de producción de un club como el Racing. Lo es ahora que pintan bastos y lo fue en los días de vino y rosas. Aterrizó en las entrañas de El Sardinero por accidente y procedente del mundo del arbitraje, quizás por eso esté ''curado de espanto de casi todo y dispuesto a lo que sea''. Le faltan horas para trabajar y le sobran motivos para ''estar a gusto''. Delfín es el ingeniero entre bambalinas del día a día del Racing. Ahí es nada.
Llegó al club en el año 2000 por sorpresa nada más colgar el silbato. Un mes antes dirigió su último partido: Racing B-Naval. ''Saltaron chispas'', recuerda. En el banquillo racinguista estaban Manolo Preciado y Raúl Ruiz. «¡Madre mía! Al final hubo un lío... Un jugador sacó el balón de la portería con la mano ¡Se montó una!». Calzada se lleva las manos a la cabeza y se muerde el labio inferior. Se conocían todos, pero «el fútbol es el fútbol». Decidió dejar de arbitrar después de 24 años y con una hoja de servicios que incluía muchos partidos en Primera División «de 'linier', como se decía antes». Fue entonces cuando sonó su teléfono; «Vente para acá, hombre. Necesito un delegado y creo que tu eres la persona indicada». Aún le cuesta creer que ocurriera aquello. Le llamó Santi Gutiérrez Calle, responsable de las categorías inferiores del Racing, y le ofreció el puesto de delegado del Racing juvenil. «Le dije que sí, pero no sabía ni lo que había que hacer», admite. A Calzada se le puede entender lo que dice sólo con mirarle; su expresión y la emoción con la que cuenta las cosas anuncia una conversación sin parangón. Allí coincidió con Ángel Viadero (entrenador), Adolfo Mayordomo (preparador físico) y Manuel Mantecón (médico), responsables hoy del primer equipo. Completó cinco años como delegado del equipo juvenil, pero aquello sólo fue el principio. «Si me llegan a decir lo que me esperaba no me lo creo», insiste una y mil veces. 
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En el año 2007 se hizo cargo del primer equipo de manera interina, «era para dos meses y me quedé». Fueron los capitanes, Pedro Munitis, Gonzalo Colsa y Pablo Pinillos los que subieron al despacho del presidente a pedir que no lo cambiaran, «que querían a Delfín». Y fue entonces cuando comienza una década de 'Celestina', en el buen sentido de la palabra. Calzada asumió «el cargo de enlace de la plantilla con el Consejo de Administración; de estar en contacto con el entrenador, con el director general, con los hoteles, con los rivales, con la Federación...». Su labor es la de conseguir, organizar y ordenar el funcionamiento del club en varias facetas; encargarse de las sanciones de sus jugadores, de que se cumpla la reglamentación, de planificar los viajes, las comidas, la ropa... Todo lo que se da por hecho y que esconde un trabajo difícil de cuantificar.

«Todo tiene un rodaje -reconoce sonriendo- porque el primer año fue demencial». Debutó con Marcelino García Toral el año de la clasificación para la UEFA «y al principio todo salió mal». Pernía no estaba conforme con la sugerencia de los jugadores y desde el club no le dejaban hacer nada «así que todo salía al revés. Había que ver a Marcelino», suspira. El autobús llegaba tarde, no había vídeos en los hoteles, la comida se servía a deshoras... «Un caos. Pensé que me echaban y llevo veinte años». Un cursillo de presión acelerado. Después de aquellos inicios, Calzada tomó el mando y acaparó funciones, «en un equipo como este toca hacer de todo. Yo voy a comprar hasta la fruta que se le da a los rivales». «Se coordinan las preferencias del entrenador. Cumplimos las pautas del nutricionista en los viajes, le pasó varios presupuestos de desplazamientos al director general. Hablo con el chófer del autobús para organizar el viaje; con el utillero para la ropa nuestra y la del rival. Me preocupo que no haya errores con las fichas...». Vamos, que a Calzada no le ha pasado ni le pasará nunca lo del Real Madrid y la alineación indebida de Chéryshev. «¿A mí? Espero que no. Aquello fue imperdonable y eso que a Chendo (delegado blanco) se lo dan todo hecho», señala con cierta ironía.

Hombre orquesta
Calzada es la cadena de transmisión que permite que se mueva lo demás. Pese a que necesite refrendo en todas sus decisiones, su responsabilidad es total. Su labor puede ser más o menos dura ahora que el club lo dirigen «personas normales», pero en la época de Harry cuesta imaginárselo. «Yo no sabía cómo llamarle. No nos pagaban, no se podía hacer nada, todo era improvisación». Recordar aquellos años es lo único que le cambia el gesto; se lamenta, vuelve a suspirar, pero, de repente, se emociona. «El día que más lloré fue el día del plante ante la Real Sociedad en la Copa del Rey». Calzada fue quien le comunicó a Harry que el Racing no jugaría aquel encuentro, «me dijo: 'Pues juego con juveniles, ya sabía yo que se preparaba algo'», y también el ideólogo del acontecimiento que dio la vuelta al mundo. Él fue quien preparó la escenografía de un 'no partido' inmortal, eterno: «Yo les dije que había que dejar jugar a la Real un minuto y nosotros parados, quietos, y luego salir al centro del campo. Había que dar fuerza al momento», recuerda. Sigue emocionado. «Esa semana había miedo, tensión, de todo... Nos amenazaban con una sanción de dos millones de euros y casi no cobrábamos».


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El polifacético delegado también es el culpable del grito guerrero que el equipo lanza antes de salir al campo desde el vestuario. «Lo empezamos a hacer el año de la UEFA. Óscar Serrano y Munitis me decían: 'Es que salgo enchufado como un tiro'». Aquella arenga se le ocurrió por accidente -como tantas cosas- en su época de entrenador del Marina Sport «con los chavales. Los quería motivar y luego años más tarde se lo propuse a Marcelino y me dijo que sí». Aquel «¡Somos un equipo¡ ¿Qué equipo? El Racing» se convirtió en un símbolo.
El traje de delegado es propio de un baile de disfraces, precisamente lo de bailar es la otra pasión de Calzada. «Me gusta y siempre que puedo aprovecho. Me divierte bailar». Tan pronto se viste de economista para abaratar «el precio de los hoteles, las meriendas o las cenas en los restaurantes», como que se mimetiza de asesor técnico «para recordarle al entrenador qué jugadores tienen ficha del filial y quienes del primer equipo». También tiene la indumentaria de juez de segunda instancia. «En el campo, la máxima autoridad es el árbitro, pero para todo lo que necesite intervenir tiene que delegar en mí». Pero no sólo eso, también el de psicólogo y hace apenas quince días le tocó hacer de diván para Viadero. «Cuando un entrenador está en entredicho hay que tener paciencia, como con la familia. Tienen mucha tensión y al final pueden descargar con la gente de alrededor, con la que tienen confianza. Ángel es muy cercano, pero lo pasó mal».

Calzada vale tanto por lo que dice como por lo que se guarda. En los vestuarios lo ha visto todo; Marcelino era el más exigente; Portugal, un señor; Cúper, muy divertido; Mandiá llegó y quiso cambiarlo todo; Fabri... ¡Madre mía!». De Munitis y Colsa, «qué voy a decir si les he arbitrado, les he tenido como jugadores y como entrenadores. Para mí son especiales». Mientras conversa, fija la mirada junto a los banquillos de El Sardinero, su sitio durante los partidos; en la reserva. Listo para actuar. Le suena el teléfono varias veces: «Luego te llamo», contesta. Este miércoles le pasará a Viadero un informe de los sancionados del Osasuna B -el rival del sábado- y cerrará el planing de viaje a Pamplona. «El hotel ya está contratado. Es curioso, pero en Segunda B estamos cerrando precios mucho más baratos que en Primera; en Vigo o Pamplona, por ejemplo, vamos a hoteles que cuestan cincuenta euros con pensión completa y antes ochenta». Un detalle con los humildes. Su despacho siempre está abierto y a su agenda se le pasan las hojas del calendario sin darse cuenta: «Si es que entré en el Racing para unos meses y llevo veinte años». Delfín Calzada es el chico para todo.


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Fuente: eldiariomontanes.es

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